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Frontera
El principal cruce entre Argentina y Brasil, una muestra de abandono

Si en los 1.236,2 kilómetros de frontera compartida existe un punto geográfico que simboliza la siempre declamada como importante relación bilateral entre Argentina y Brasil, ese lugar es el puente que une las ciudades de Paso de los Libres con Uruguaiana.

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Viernes, 9 de febrero de 2018

Ese cruce fue inaugurado el 21 de mayo de 1947 y está imbuido de fuertes hechos y nombres enclavados en la historia de las dos naciones.
De Perón a Agustín P. Justo

El puente fue habilitado al uso carretero y ferroviario en 1945, pero el corte de cintas se produjo un año y medio después y fue encabezado por el entonces presidente Juan Domingo Perón y su par brasileño Eurico Gaspar Dutra. Otras épocas en América Latina: ambos también eran militares.

Pero ahí no terminan los símbolos. El puente fue bautizado con los nombres de dos hombres fuertes en la historia de ambas naciones: “Agustín P. Justo-Getúlio Vargas”. Hay que imaginar que Perón y Dutra dieron su visto bueno a esos homenajes, con polémicas incluidas y todo.

Bueno, uno supone después de haber escuchado en las últimas tres décadas tantos fervorosos discursos sobre la importancia del vínculo político, comercial y cultural argentino-brasileño, que ese lugar debería representar la ligazón fraterna de dos poderosas naciones de América Latina.

Himno al abandono

Sin embargo el puente y su entorno son hoy un himno al abandono que muchos turistas conocen cuando van rumbo a las playas. El criterio también podría aplicarse a la impresentable rodovía 290 que lleva hacia Porto Alegre y que es la más utilizada por miles de familias argentinas que se lanzan de vacaciones de verano.
Pero, volvamos al puente. Para acceder hay que circular por la ruta 117 y llegar a una rotonda en cuyo centro funciona una estación de servicio. Hacia el frente se ubica la Aduana Argentina. Detrás de un portón de tejido de alambre hay un estacionamiento con piso de tierra que en enero rápidamente se cubre de vehículos y, cuando llueve, da barro.

Gendarmes y “naranjitas”

Cuando ese estacionamiento de la Aduana está completo, situación repetida este verano con 1,5 millones de argentinos en las playas de Santa Catarina, hay que dejar los vehículos llenos de bolsos y valijas en un camino vecinal, al costado de un pequeño túnel.

Como la ley manda que todos los viajeros deben presentarse ante los funcionarios de Migraciones, la seguridad de esos autos, que quedan solos, pasa de la Gendarmería en la playa oficial de la Aduana a un “naranjita” que percibe propinas por mirar el coche.

Estrecho y descascarado

Una vez aprobada la documentación, paso que a mitad de enero demandó esperas de dos horas y media, inclusive bajo la lluvia, comienza el cruce del puente por un caminito angosto, acorde con el tráfico de 1945, y poceado.

Luego llega el puente mismo, abandonado de pintura, descascarado, olvidado como un trasto viejo, pero vital para el turismo y el comercio. Por ahí circulan, por ejemplo, decenas de camiones “mosquito” cargados de Toyota Hilux que Argentina manda para Brasil y vuelven esos equipos también desbordantes pero de VW GOL que ese país vende en el nuestro. Tanto vende que es el líder del segmento.

Cinco minutos después la llegada a Uruguaiana no cambia demasiado las cosas. Nuevamente la falta de pintura, señalización deficiente, pastos de medio metro marcan el sendero a migraciones. Un ejército de cambistas ofrece reales y otro grupo de vendedores ambulantes vocea productos como cubiertos de cocina, termos, galletitas, gaseosas y demás.
Llevarse todo el jugo

Y más adelante la vergonzosa ruta 290 que, cuando uno mira la cantidad de dólares que los argentinos dejan por verano en ese país, bien podría reflejar el escaso valor que Brasil le otorga a una relación bilateral de la que obtiene, además, mucho jugo, a estar por los datos de la desequilibrada balanza comercial para la Argentina.

Solo por turismo, tomando en cuenta un gasto promedio de 500 dólares por argentino, al sur brasileño le ingresan no menos de 750 millones de dólares por temporada. Uno podría especular que en realidad la cifra es una vez mayor. Lejos de apostar a ese tráfico con una mayor infraestructura, la estrecha ruta no solo está rota o emparchada sino que se controla la velocidad con la Policía Rodoviaria en los únicos tramos donde, justamente, se puede recuperar algo de tiempo en el largo viaje a la costa.

Diario: La Voz


Viernes, 9 de febrero de 2018

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